sábado, 2 de junio de 2012

El presente no debería enturbiar la leyenda.


Nunca fui persona de ídolos o de profesar una excesiva admiración hacía otros  hasta el extremo de lo que se puede considerar como un “fan”, pero si para con alguien rompí desde bien joven mi norma fue con Michael Schumacher.

 Imagino que al fin y a la postre no fue más que una cadena de circunstancias lo que hizo despertar mi admiración por tan genial piloto, pues al empezar a seguir la Fórmula 1 con apenas 7 años siempre me decanté por aquellos bólidos rojos de la marca Ferrari. El hecho de que en 1996 el por aquel entonces bicampeón del mundo fuera a la marca de Maranello haciendo que el equipo resurgiera de sus cenizas y luchara por las posiciones delanteras, azuzó más si cabe mi pasión y mi admiración por aquél alemán.


Con los años, y viendo como su grandeza se acrecentaba con paso firme, fui leyendo y leyendo sobre las heroicidades del piloto número uno de Ferrari ,y mi deseo y fervor por contemplar, uno tras otro de sus triunfos, ni tan siquiera me dejaban ver el calvario al que sometió durante cinco temporadas al resto de mortales que veían cada domingo ganar al mismo coche gran premio tras gran premio. 

La verdad es que sí, admiraba a aquel Ferrari número 1 y el hombre que lo pilotaba, y puedo decir que es el único ídolo que he tenido.

Recuerdo defenderlo hasta la extenuación en el complicado 2005 y golpear el sofá de rabia cuando su motor dijo basta en el GP de Japón de 2006 brindándole el segundo mundial al por aquél entonces jovencísimo piloto asturiano que hoy pilota en Ferrari Fernando Alonso. Y también recuerdo emocionarme en aquel mes de Septiembre de ese mismo año cuando en Monza anunció su retirada.
 Era su hora, lo había logrado todo y aunque no se pudo retirar ganando el Mundial, marchó del circo luchando como él siempre había hecho, con la cabeza bien alta y el cuchillo entre los dientes.


Ciertamente en los años posteriores siempre lo eché de menos y añoraba no ver su nombre en la infografía de la Televisión. Mi pasión por este magnífico deporte seguía intacta pero sentía que algo me faltaba.

Pues bien, llegó 2010 y el Kaiser no pudo contener sus ganas por seguir corriendo. Una vez desvinculado de Ferrari y de la mano de Ross Brawn decidió volver a su reino, pero esta vez, el rey, se encontró en medio de una república.

Las comparaciones son odiosas, pero si vemos sus números en estas dos campañas pasadas, su permanencia en la Fórmula 1 se debería encontrar más que entredicho, máxime viendo los de su compañero de equipo, Rosberg, que sin ser ningún superclase ha vapuleado a su compatriota de forma sistemática.

Errores, enfados y retiradas se han sucedido en estos dos años y medio, desde que el heptacampeón del mundo volviera, y  bueno, en su defensa decir que este año la fortuna no le anda de cara, pues algún destello ha dejado por el camino.

Pero en una Fórmula 1 donde los equipos más pequeños se tienen que conformar con pilotos mediocres que aporten dinero, alguien como Mercedes debería de dar la oportunidad a jóvenes talentos y con verdadera proyección, sin ir más lejos que echen una mirada a Force India.

Siempre recordaré la de horas y horas que me he pasado viendo a aquél magnífico coche rojo cabalgar hacia la victoria con Michael Schumacher cual jinete impertérrito aplastando a sus rivales hacía la victoria, superando las adversidades físicas y emocionales, ganando al volver tras superar una fractura de pierna y ganando al día siguiente de enterrar a su madre, y nada de lo que pase hará que su recuerdo se difumine o que mi admiración decaiga, pero una retirada a tiempo puede ser una victoria, y en 2006 lo cumplió.


 En mi humilde opinión debería recordar quién es, un ganador, nunca jamás debería de haber dejado que algo distinto figurara en su leyenda, no obstante, gracias por aquello, hoy y siempre.

Sergio.


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